Facundo Martínez

Facundo Martínez

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Memoria con motor de Cuarzo (14-Febrero-2013)

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Todos tenemos una rutina para despertarnos.
Es primordial pedir una prorroga de cinco a diez minutos,
para abrazarnos a la almohada,
despedirnos del colchon como si estuviera por subir a un avion.
 El rocio se evapora como el recuerdo de lo que soñamos.
 En la calle alguien limpia la vereda,
cementerio de hojas, botellas y fantasmas.
Nos sentamos en la cama esperando que los pies se vistan solos,
que la luz del mundo no queme nuestras retinas,
que el plan que acordamos la noche anterior siga vigente.
 Saludamos con un beso humedo,
como las manchas de la pared,
el viejo frasco de cafe instantaneo y la toalla del baño.
De ahi en mas, las rutinas cambian segun la persona:
Algunos toman un taxi hacia la oficina,
otros suben al micro y alquilan una ventana
para perder la mirada por el tiempo que dure el trayecto.
De cualquier manera, todas las rutinas para despertarse comienzan igual.
Ninguna incluye abandonar las ganas de acostarnos nuevamente
y refugiarnos del asedio que implica tener parpados.

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La conozco de memoria:
esa tarde con estilo nostalgico.
Llega cada tanto, golpea la ventana y nos invade sin pedir permiso.
Su perfume de tierra mojada nos despeina y eriza el cuello.
Es el tipo de tarde que nos dice la musica que debemos escuchar.
Buscamos peliculas de amor hechas con un presupuesto bajo,
e imaginamos conocer a alguien en el supermercado, agarrando la misma lata.
Por supuesto, esa lata no es cualquiera.
Es la ultima, y no importa su contenido, solo esta ahi para que dos manos se encuentren
y surja una situacion donde nos demos cuenta que acabamos de encontrar al "amor de mi vida".
Pero eso nunca, o casi nunca, sucede.
Entonces uno se asoma por la ventana, contando las hojas en el piso y los meses en el calendario.
Quedamos mudos, porque el telefono esta sin pulso, sin voz, ni siquiera un numero equivocado.
Quedamos mudos, porque aumenta nuestro pulso, porque hay un yo sin vos, por el numero de veces que nos equivocamos.
La conozco de memoria.
Esa tarde que suspira un arsenal de dudas.
Esa tarde gris, con "pudo ser" como ruido de calle.
Esa tarde, que nos invita a tomar una botella de angustia y se va sin pagar.

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Se abre una herida en el cielo, al costado de la luna.
Se costura, tambien, una herida en el cielo, con el hilo de la duda.
¿Es una estrella que se mueve con apuro?
¿O (apelando a la cordura) un helicoptero?
No frena, fija su direccion al centro de la ciudad.
Puede que se detenga en su departamento.
Entonces yo me detengo
(supongamos que avanzo)
aunque mis heridas no tengan sutura ni se cautericen con el tacto metalico de la cuchara.
Pero el tiempo y las helices no se detienen.
Tampoco las nubes que devoran constelaciones.
Tampoco la vecina que canta en su baño.
Ni el divorcio que atraviesa la luna.
Media Luna para nosotros.
Media Luna para otra semana.
Horario de visita para noctambulos.

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