Puede que sea la duda de no saber si quiero aferrarme a un solo cuerpo,
como puede que sean mis palabras
exigiendo problemas y delirio.
El caso es que,
tratando de resolver la incógnita de despertarme en un abrazo detrás de la misma espalda siempre,
supe que no volvería a tomar café ni sentir la emoción de la primera vez,
que no iba a ganar la guerra en otro cuerpo,
que tengo que aprender a vivir con la incertidumbre
de no saber si estaría mejor fumando las mentiras de otros labios.
Así,
uno ejecuta el derecho de admisión en la lujuria,
y ya nada tiene sentido.
No sé,
las palabras siguen exigiendo problemas y delirios,
dolor para escribirse.
Y así muere un poeta.
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