Facundo Martínez

Facundo Martínez

martes, 1 de diciembre de 2015

Medición del tiempo.


No confío en todas esas palabras
que juraban un para siempre y pararon su camino ante la primer luz roja.
No supe de ningún pozo sin fondo
ni aquellos depresivos que aguantaran un abrazo sin elevarse 40 metros.
No se llega a la inmortalidad grabando un nombre en el cemento,
ni tallando el sentimiento de turno sobre un árbol.
Dicen que el mal solo resiste 99 años,
que quienes juran odio eterno en realidad están mintiendo.
No se sabe de madurez con un cuello tan rígido que impida mirar hacia abajo.
No van a darse a conocer nunca sujetos naturalmente inmortales,
porque a todos les llega el momento de perder la cabeza por algo
y sino,
si todavía alguien sigue con el cuerpo en una pieza,
habría que avisarle que la eternidad se encuentra de otra forma,
en otro lado.
Podríamos redefinir la relatividad del tiempo,
que son invulnerables quien hace de su pecho un blanco
y no quien se resguarda del invierno.
Que no se queda en la memoria quien llega con instrucciones para el uso de emociones
sino aquella persona que aún sin manual ni herramientas,
te ayuda a construir la imagen que te acompaña hasta viejo.
Y no se trata de llenar el pasaporte con las huellas dactilares de otro cuerpo,
ni de agotar el deposito de banderas reclamando pieles como trofeos.
Es tomar el riesgo de cortarse los dedos con el filo de un cuento,
saber cuando un paraguas no cumple con su desempeño,
llevar un carnaval cuando se entra a un bolsillo ajeno.
Es entender que las cosas tienen fecha de vencimiento
y aún así, entregarse al otro por completo.
Así se llega a ser eterno.

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